Ingredientes:
– 120 g de harina
– 150 g de azúcar
– 80 g de mantequilla
– 4 huevos
– 1 limón
– 1 sobre de levadura

Preparación:
Separamos las yemas de las claras y las ponemos en 2 boles independientes. Vertemos el azúcar donde tenemos las yemas y batimos con unas varillas hasta que esté todo bien integrado y haya espesado (esto se conoce como blanquear las yemas). Por otro lado, rallamos la piel del limón (sin llegar a rallar la parte blanca puesto que es amarga) y exprimimos el zumo. Echamos la ralladura y el zumo junto con la mezcla de las yemas y el azúcar y mezclamos todo bien. A continuación, incorporaremos la harina junto con el sobre de levadura, tamizándola con ayuda de un colador y mezclando a la vez para evitar que se formen grumos. Una vez que tengamos una mezcla homogénea, verteremos la mantequilla que previamente habremos derretido en el microondas.

Ahora nos toca la parte “difícil de la receta”, montar las claras :D Si tenéis una batidora de varillas esto no os supondrá un problema pero si, como yo, usáis unas varillas manuales es hora de sacar a relucir vuestros hercúleos brazos para conseguir unas claras bien firmes. Aunque parezca algo complicado, no tiene mucha historia, simplemente consiste en batir enérgicamente las claras hasta que estén a punto de nieve y formen “picos” firmes que no se vuelven a diluir. En alguna otra receta ya hemos utilizado claras a punto de nieve (por ejemplo, en el mousse de limón o en el brazo gitano de espinacas). Si le echáis unas gotitas de limón, os resultará más fácil montar las claras. Una vez tengamos las claras montadas, las incorporamos poco a poco a la mezcla, removiendo suavemente y con movimientos envolventes con la ayuda de una espátula o una lengua de silicona. Con esto evitaremos que se rompan las burbujas de aire que hemos conseguido con las claras montadas y que darán esponjosidad al bizcocho. Ya tenemos la mezcla preparada, así que la vertemos en un molde desmoldable (de unos 22 cm) y lo metemos al horno precalentado a 180ºC durante unos 30 minutos aproximadamente. El tiempo perfecto será cuando el bizcocho empiece a dorarse y, al clavar un palillo o un cuchillo, este salga limpio.

Sacamos el bizcocho ya horneado y lo dejamos enfriar sobre una rejilla sin desmoldar. Cuando se haya atemperado, será el momento de sacarlo del molde y emplatarlo

 
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