El paseo hasta la Plaza Mayor ha sido bastante agotador…
Además, esta mañana no hemos tenido tiempo de comprar nada para llenar la depensa (lo de llenar, con la crisis que está cayendo, es un decir bastante arriesgado).
– “¿Qué te apetece cenar?” – me pregunta Maridó.
A estas horas y con este cansancio, pocas ganas tengo de hacer la cena, pero tengo un hambre canina y, encima, la dieta, siempre la dieta…
– “Pues a mí me apetece algo sustancioso. Carne, por favor.” -Respondo sin mucha convicción de que sea una respuesta consensuada.
– “A mí también”.

Para mi sorpresa, mi mujer está de acuerdo con la sugerencia y nos dirigimos a la carnicería sin tiempo que perder porque son las 20.15h. A ver si ahora nos cierran…

Mientras nos dirigimos a comprar la carne, vamos pensando el menú que va pasando desde jeta de cerdo, filetes de lomo… hasta pavo que, aunque lo comentamos, decidimos que es demasiado ligero para el hambre que tenemos.

Le pregunto a David, el carnicero, si tiene jeta de cerdo pero me dice que no se la traen hasta mañana, así que me decido por medio costillar de cerdo que veo en el mostrador y que me está llamando: ¡Cómeme!

Nos vamos para casa, contentos de tener algo más de medio kilo de costillar en ciernes de ser cenado y empiezan a entrarme ganas de cocinarlo. Pero como no tengo muchas ganas creo que “sólo” las voy a hacer al horno… con cebolla caramelizada.

600 grs. de costillas de cerdo en una pieza.
2 cebollas grandes
5 cucharadas de aceite de oliva
1 vaso de agua
1 cucharadita de miel
sal
pimienta

Pon las costillas con la parte de la carne hacia abajo en una fuente refractaria y salpiméntalas. No añadas aceite.
Mételas en la zona media del horno precalentado (200ºC) durante 50 minutos.
Mientras tanto, corta las cebollas en juliana (es decir, a tiras) y ponlas en una sartén con aceite.

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