EEUU y Cuba, un diálogo a través de la cocina
Cubanos y estadounidenses sentados frente a frente… para comer juntos en la mesa. Pensando en la cocina como uno de los lenguajes más universales, la Bienal de La Habana impulsa un peculiar proyecto de intercambios gastronómicos con buenas dosis de performance como una forma de acercamiento entre los dos países. Proyecto paladar se llama la presentación que combina elementos muy particulares: la actual eclosión de restaurantes privados en Cuba tras la apertura económica, la imagen sofisticada y chic de los chefs de Nueva York o la moda de la gastronomía como experiencia artística, sumada al trasfondo de las siempre conflictivas relaciones entre Washington y La Habana. “En este momento, hay un verdadero amor por bajar el arte a la Tierra“, comenta la curadora de la instalación, Elizabeth M. Grady. “Y no hay nada más real que gente sentada junta y partiendo el pan“.
La idea es simple. Diez chefs neoyorquinos que se unen a cocineros de paladares cubanos para presentar un menú conjunto cada noche. Durante diez días hasta el 20 de mayo, los invitados se sientan en grupos de 12 personas frente a frente para compartir la cena. Todo ello en un comedor montado como “espacio temporal” en el patio del centro cultural Wilfredo Lam de La Habana Vieja, fabricado con contenedores industriales y en el que la cocina es el corazón abierto del espectáculo de fusión gastronómica. El proyecto prevé también que los norteamericanos inviten a los cubanos a la cena, cuenta el cubano-estadounidense Charles Mallea, representante de la galería del barrio neoyorquino de Chelsea que impulsa la presentación. “Se vendieron boletos a los invitados, pero ellos tenían que invitar a un cubano“, explica Mallea sobre los altos precios de 250 dólares por cada entrada doble, inaccesible para la gran mayoría de cubanos. Los sueldos en el sector estatal oscilan entre los 20 y 30 dólares en la isla caribeña.
Pese a algunos problemas de comunicación, los comensales disfrutan de la experiencia, cuenta Elizabeth M. Grady. Hablan de cosas normales como de sus familias y el tiempo, asegura. Y pese a que “pueden hablar de lo quieran”, muy poco de política. “Lo de esta noche fue especialmente atractivo, por la idea de tener una mesa con visitantes por un lado y cubanos por el otro“, dicen Ed y Rayanne Kleiner, una pareja estadounidense de 80 y 70 años. Ambos, dos de los turistas culturales que se han beneficiado de la política de flexibilización de Barack Obama para viajes a la isla de ciudadanos norteamericanos, critican también el embargo económico que Estados Unidos impone a Cuba desde hace medio siglo. “Normalmente no tenemos mucho contacto con extranjeros y sentarnos a la mesa con alguien que no es de nuestro país es algo que no se da todos los días“, cuenta por su parte la cubana Janet, de 32 años.
También los cocineros saludaron la experiencia. “Venir de un lugar que tiene los recursos que tiene a un lugar como La Habana nos llena de humildad“, asegura Sisha Ortúzar, un chef neoyorquino de origen chileno. A Ortúzar, de 39 años, le gustó la idea de tener que improvisar día a día con lo que uno pueda encontrar en el mercado dada la crónica escasez de alimentos en Cuba. “Lo que ellos hacen es increíble”, asegura sobre el trabajo de sus colegas cubanos. “Los paladares son sorprendentes”, dice también Elizabeth M. Grady. La aparición de los restaurantes privados conocidos coloquialmente como “paladares” se ha disparado en la isla tras la autorización del trabajo por cuenta propia en los últimos años.
Los nuevos locales surgen a ritmo vertiginoso en los barrios de La Habana. Según las últimas cifras del gobierno, en Cuba ya hay 1.618 restaurantes privados. Los “paladares” funcionaron durante años de manera ilegal en la isla, debido al estricto control estatal del sector gastronómico.
Fuente: Isaac Risco (dpa)