Francia reconquistó el cetro más codiciado de los concursos de cocina al proclamarse campeona del Bocuse d’Or y recuperó así el orgullo perdido en la edición precedente donde no logró meterse en el podio. El equipo liderado por el joven chef de Lenotre Paris, Thibaut Ruggeri, logró superar en el palmarés final a Dinamarca, campeona de la pasada edición y una de las grandes favoritas.

Los países nórdicos y Francia copan habitualmente los podios en esta prestigiosa competición, que se celebra cada dos años en Lyon (sudeste de Francia) en el marco del Salón Internacional de la Restauración, Hostelería y Alimentación (SIRHA). Japón dio la gran sorpresa al ser la segunda vez en los 14 años de historia del Bocuse d’Or que una delegación asiática finaliza entre los tres primeros. Singapur también quedó tercera en 1989.

Precisamente, la entrega de este premio al equipo nipón creó el momento más emotivo de la ceremonia. El ayudante del chef, Masanori Sakashita, rompió a llorar desconsoladamente durante largo rato sin que nadie pudiera calmarle y ante la mirada de sorpresa de Paul Bocuse, creador del concurso y padre de la Nouvelle cuisine.

A sus 85 años, el considerado como papa de la cocina, comienza a limitar sus apariciones públicas y ya no ofrece discursos. Su hijo Jerome, también chef, le lleva del brazo y habla por él. Como es habitual, Bocuse entregó el premio que lleva su nombre a Francia, que vence por sexta vez. Pero, sobre todo, porque en la edición del 2011 se quedó sin premio al llevarse todos los honores Dinamarca, Suecia y Noruega. El vencedor, Thibaut Ruggeri, de 33 años, se entrenó con su equipo durante seis meses en el seno de la escuela de cocina Lenotre, explicó a EFE su director, Guy Krenzer, además de contar con la ayuda de la Academia Paul Bocuse. Krenzer considera que Thibaut Ruggeri es un chef que pese a su juventud “consigue mantener la concentración y es muy humilde”.

Con el segundo puesto, Dinamarca demostró que los países escandinavos siguen apostando fuerte por este concurso. El miembro danés del jurado, Jon Kofod Pedersen, explicó que el éxito de los países nórdicos se debe a su mejor organización y los medios con los que cuentan. “En España, por ejemplo, hay mejores chefs pero la organización es peor. Cuando vienes aquí a competir todo gira alrededor del dinero“, indicó.

El ganador del 2011 y presidente del jurado en esa edición, el danés Rasmus Kofoed, considera que el respaldo que obtienen en su país se debe a la gran importancia que se le da al Bocuse d’Or. “Nos sirve para que mostremos que tenemos algo que ofrecer dado que no tenemos una tradición culinaria como la española o francesa“, afirmó el ganador del 2011, quien considera que “algo único está ocurriendo en Dinamarca”. España no estuvo presente en la final al no lograr su clasificación en la eliminatoria europea, que se celebró el pasado marzo en Bruselas. El chef alicantino Ernest Miralles, por problemas técnicos al fallarle el horno, no logró acabar entre los 12 primeros, y posteriormente rechazó la invitación de la organización.

El equipo de Guatemala se llevó el premio de consolación por la mejor promoción del Bocuse d’Or. Los participantes tuvieron 5 horas y 35 minutos para elaborar dos platos principales, uno de carne, con solomillo de ternera irlandesa y uno de pescado, con rodaballo y bogavante azul.
La presión que soportan estos equipos, formados por un chef, dos ayudantes y un entrenador, encerrados en cocinas de 18 metros cuadrados, es considerable.

El preparador del equipo estonio, Ragnar Omarsson, dio el susto de la jornada al desplomarse con un ataque de epilepsia dos horas después de entrar en competición. La organización indicó después que el participante, retirado en camilla, se encontraba fuera de peligro.

Este concurso es único en el mundo también por el ambiente y el colorido que dan los 2.000 seguidores de los cocineros que abarrotan el recinto. Muchos se disfrazan, se pintan la cara con los colores de guerra de sus países, agitan sus banderas y hacen sonar trompetas y bocinas. El ruido es ensordecedor. La atmósfera que se crea recuerda a la de una final de un evento deportivo.