La Gallina Bianca, Sevilla
Érase una vez un restaurante al que ibas con tu familia, te sentabas en una mesa redonda y te sentías como en un tierno cuento de Andersen, te atendían y te sonreían tan continua como sinceramente en un dulce italiano, pedías la comida y traían copiosos platos, afinabas el oído y escuchabas una armoniosa música de piano, mirabas a tu alrededor y te veías como sentada en medio de una casa de muñecas súper cuqui, una de las niñas rompía un vaso de refresco y alguien venía a reponerlo tras limpiar la escena del crimen con la eficiencia del señor Lobo pero sin decir palabrotas ni socorridas frases lapidarias. Y no, no morías asfixiada por sobredosis de empalago. Más bien todo lo contrario, estabas en La Gallina Bianca y revivías tras pasar un rato a gusto disfrutando de una reconfortante comida italiana.
Comenzamos devorando despiadada y vergonzosamente las aceitunas negras a la naranja. Probamos la Burrata con calabacines a la parrilla. Una Pizza esponjosa y crujiente (sí, sí, las dos cosas a la vez) que nos prepararon a nuestro gusto. La Pasta al pesto estaba hecha à la minute con aromáticos piñones y parmesano sin recortes. Los canelones nos conquistaron y el flechazo lo disparó el ricotta y el jugoso relleno. Admitimos que continuamos en nuestra inusual línea tradicional y pedimos Tiramisú de postre, probablemente uno de los mejores de la historia.