La Taberna de las Fernandicas – Ledesma (Salamanca)
Hoy es domingo y hemos decidido ir a Ledesma. Me han hablado de un sitio que, por mucho que lo alaben, aún no me lo creo. Hoy día, es imposible encontrar un restaurante como el que me dicen. Así que, como santo Tomás, voy a meter el dedo en la llaga… y finalmente, creer.
Cojo el coche y nos dirijimos a Ledesma. Por la S-300 (pasando por Villamayor y Juzbado) son algo menos de 25 minutos a una velocidad legal. Entramos en el pueblo de Ledesma y en la Plaza de Santa Elena (aunque lo de plaza es un decir) se encuentra la Taberna Las Fernandicas. Como es domingo, quiero ser precavido y hacer una reserva para dos personas.
Entramos al local por vez primera y preguntamos si podemos reservar. Tere, una señora de aspecto afable nos trata como si fuésemos allí de toda la vida y nos dice que no hay problema, que vayamos a la hora que queramos que vamos a tener sitio. En fin, que damos una vuelta por Ledesma y nos tomamos un pequeño refrigerio en la plaza del castillo en la que hay un verraco de piedra de época ancestral. Hace un sol espléndido y se nota que la primavera está en todo su apogeo. Hace calor y apetece la terracita (y la cervecita, claro). Es temprano pero decidimos acudir a nuestra cita con la Taberna Las Fernandicas (y con Tere, claro), así que nos dirigimos hacia allí (“p’allí” como dicen los castizos por estos lares).
La Taberna tiene algo más de cien años según Tere y se les llama “las Fernandicas” porque son las hijas de Fernando (su abuelo) las que empezaron con el negocio familiar en aquellos años. En cuanto aparecemos por allí un tufillo a buena comida nos da la bienvenida junto a Tere que nos lleva amablemente a nuestra mesa. ¿Cómo explicaros a los que no habéis estado allí el ambiente de este lugar? Tengo que intentarlo… ¿Os acordáis de la casa de vuestra abuela? A quienes tengamos la suerte de haber disfrutado o de seguir disfrutando de nuestra abuela, la señora Tere nos pega el empujón para acordarnos de ella en el primer acercamiento. Sin tapujos, sin protocolos… “Sentaos ahí que váis a comer estupendamente…” El típico “tenemos” se traduce por un “hoy he hecho…” que le da al tufillo de la entrada el significado de que ella es la responsable de tal “guisado”. Y enumera los platos de memoria porque los ha hecho ella misma esta mañana…. y ayer por la noche. “Hoy he hecho: de primero, entremeses de nuestra matanza, patatas revolconas, ensalada, alubiada… de segundo, unas codornices en salsa, o cabrito (al horno o frito), tostón frito…”.
De primero elegimos unos entremeses (sachichón, chorizo y jamón serrano) y unas patatas revolconas (puré de patatas con pimentón y torreznos). De segundo codornices y tostón frito. Y se marcha a la cocina. En el entretanto, echamos una ojeada alrededor de nosotros y en la pequeña habitación se distribuyen cinco mesas con manteles a cuadros y la decoración típica de la casa de una abuela (el sagrado corazón, un reloj de pared, una dedicatoria enmarcada y una fotografía pintada de cuando Tere era moza y agasajaba a los pollos-pera con sus incipientes guisos).
Y entra Tere con jarra de vino y gaseosa y una botella helada de agua… para empezar. “¿Todo bien? ¿Vienen ustedes de Madrid?” “Todo bien, gracias.” “No, ¡¡¡aquí la que tiene que agradecer que vengan ustedes soy yo!!! ”
Y se marcha a por nuestras viandas. Y llegan las viandas y nos disponemos a disfrutar de ellas y nos deja para que estemos cómodos con nuestra degustación. Cuando terminamos nuestros entremeses y “revolconas” no tarda ni un minuto en venir a retirar nuestros platos, ofrecer más pan y preguntar si todo va bien (“Muy bien, gracias.” “¡No, gracias a ustedes por venir!” Espeta siempre a nuestros agradecimientos).
Nos trae lo que suponíamos que era el plato fuerte (las codornices y el tostón frito) y atacamos por ambos flancos. Las codornices son las más tiernas que he probado en mi vida con un regusto a escabeche riquísimo y el tostón (en otros sitios “cochifrito”) está crujiente por fuera y tierno por dentro, textura de perfección. Aún sin haber degustado ni la mitad de la pitanza, aparece el marido de Tere portando una mesa baja sobre la cual hay más de media docena de quesos diferentes, una tabla de madera y un cuchillo y te sueltan: “Eso para que comáis todo lo que queráis; pero esperad un momento que os traemos la carne de membrillo casera y un poco más de pan.” Nos miramos y sonreímos y seguimos disfrutando de los manjares que tenemos.
El ambiente es tan familiar, tan de casa, que en ese momento, aparecen dos parejas por la puerta que no tienen por menos que saludarnos con un “que aproveche”; lo agradecemos y yo, que estaba ya cortando alguno de los quesos, ofrezco, y como si de la familia fueran, aceptan de buen grado por lo que el ambiente del pequeño saloncito se torna aún más acogedor. Los quesos están exquisitos. Hay de los que le mandan a la Casa Real, según Tere, y también de los pueblos de alrededor y, esto lo digo yo, uno tierno que con la carne de membrillo casera está superior.
Cuando la abuela (perdón, Tere) aparece con las viandas de nuestros acompañantes “familiares” y la oigo decirle a uno de ellos: “Anda, cómete otro trozo más”, las miradas se tornan pícaras y hay sonrisas y guiños cómplices como si de un juego de nietos se tratara. Y se acerca a nuestra mesa disfrutando también ella del ambiente que ha creado y nos pregunta: “de postre ¿flan?” y se responde ella misma: “sí, flan” y trae un plato que parece el sombrero de D. Quijote con medio flan de huevo con caramelo casero que quita el hipo. Hala, un cuarto de flan para cada uno. Y que no sobre, dice ella, porque me he tirado hasta las tantas de la noche haciéndolo. Y vaya si te lo comes…
Le pedimos la cuenta y nos dice “son 43 euros” lo que sale a 21,50€ por persona; sin duda, bien pagados y mejor aprovechados. Ahítos de comer, con más sueño que un koala en verano, ofrece café que lo sirve en la misma cafetera antigua donde se ha hecho y copita de licor para rebajar el “aperitivo” que por supuesto, también se vienen de viaje con nuestros cuerpos. Nos despide con dos besos a cada uno y un “volved cuando queráis” que aseguras que se cumplirá… muy pronto.
Taberna Las Fernandicas
C/ Del Cerezo, 2 (plaza de Santa Elena)
Ledesma – Salamanca
Tfno: 923 57 00 54
Esta entrada es original del blog “No consigo cocinar” de Alberto Blanco.