Las expendedoras siguen de moda
Las máquinas expendedoras no pasan de moda. Cuando aún mi cuerpo no pasaba el metro y medio, veía con fascinación las ciclópeas máquinas cuadradas de color rojo y con una raya blanca cruzando un nombre (hablo de la Coca-Cola como habrán podido descubrir). También me resultaban atractivas las que eran verdes y tenían un siete pintado con un muñeco espigado y larguirucho. También estaba la azul con letras blancas y motivos rojos que ofertaba básicamente lo mismo que la verde.
Mi conocimiento de máquinas se reducía a esas y alguna otra similar pero también con el refresco como único caballo de batalla. Una vez encontré 100 de las antiguas pesetas en la cajetilla de cambio de una de ellas y días después descubrí que al echar las 100 pesetas en una de las máquinas no sólo te daba una lata de lo que eligieras, sino que además a los 10 segundos caía un segundo ejemplar del burbujeante elixir.
La cola de niños (y algunos no tan niños) era espectacular. Y todo por conseguir dos latas por el precio de una. La mayoría de los compradores acababan dejando la segunda lata medio llena debido al empacho de beber de casi un trago la primera de ellas, y a que sus lágrimas (juro que alguna parecía del color de la cola) no le dejaban pensar con claridad. Los más previsores la llevaban a casa y la bebían más tarde.
La cruz a mi fortuna llegó un día tras realizar la ceremonia de adquisición de una lata de limón. ¡No lo podía creer!: la maquinita se había tragado mis 20 duros y no sólo no caía el refresco, sino que un mini rótulo luminoso, que antes de echar el dinero no estaba, me avisaba, a muy buenas horas, de que la máquina estaba fuera de servicio.
Más tarde, en un pueblo del norte español, entré en contacto con un nuevo tipo de máquina expendedora, la multiproducto. Era una máquina con un cristal, a través del cuál podías observar lo que posteriormente elegirías. Casi siempre estaba empotrada en la pared de un bar, un comercio o cualquier otro establecimiento, aunque hay leyendas que hablan de expendedoras sueltas incomprensiblemente en medio de caminos perdidos, o en la mitad de un parque. Casi siempre ofertaban dulces, bolsas de patatas de todo tipo, agua, Coca-Cola e incluso bolsas de palomitas de maíz para hacer en el microondas.
Había descubierto un pequeño universo directo y sin la figura del tendero o la tendera, que algunas veces desagradables. No había intermediarios. Directamente ponía el visor en posición y oteaba todas las posibilidades. Algunas veces elegía las que más cantidad traían (el ansía podía más a veces que mi amor real por cualquiera de los otros productos). Otras veces, elegía algún dulce. Recuerdo incluso una vez que estuve a punto de comprar la bolsa de palomitas para microondas, pero el pequeño detalle de que no tenía microondas debió pesar algo en la decisión final de no elegirla. Como el tipo anterior de expendedora, esta máquina multioferta guarda algunos trucos. Había ( y hay) varios tipos de personas según su relación con lo que la máquina te depare. Así, si la máquina jugaba a dejarte el producto justo a un paso de caer, pero nunca caía, se podía ser bruto, y mover la máquina hasta que cayera a la cesta; muy bruto, siguiente estado a bruto y al que se llegaba al golpear la máquina y ver que el producto estaba tan bien cogido que era imposible cayera; tonto, pero práctico, echando una moneda más para que cayera el producto (gastabas el doble pero nadie comería o bebería doble). También podías ser el espabilao, sí, ese que esperaba cerca de la máquina jugando a algún juego por si alguien se iba dejando la máquina. El espabilao actuaba de dos formas: emulando al bruto, o muy bruto (no tenía nada que perder) o buscando un compinche, poner la mitad del dinero que costara el producto y comer por la mitad. Por último, estaría la figura del suertudo, y la del muy suertudo. El primero de ellos llegaba y se encontraba una bolsa o producto a medio caer y aunque no era lo que deseaba, echaba sus monedas, apretaba la combinación y se hacía con una recompensa. El muy suertudo es como el suertudo pero en su caso era el producto que le gustaba. También estaría el semidemiurgo, ese ser con estrella, que llega a la máquina, da un golpecito leve a la máquina y sin despeinarse consigue un producto gratis. El demiurgo sería como el semi pero encontrándose con su producto favorito.
Por esa época empecé a tener conciencia también de unas máquinas existentes en los bares (que yo visitaba poco por entonces) y que ofrecían cigarrillos a cambio de dinero. Esas máquinas hablaban y te daban las gracias por invertir tu dinero en fumar. Eran unas máquinas muy educadas. Hoy han evolucionado y si el dueño del bar no te lo permite no puedes usarlas.
De otro lado está el sempiterno servidor de despertares (a veces despertares con dolores de barriga incluidos): La máquina expendedora de cafés (y a veces algo parecido a té con limón). El aparato es muy curioso. Ofrece café sólo, con leche, largo, expresso, capuccino, descafeinado… pero casi siempre tiene la misma apariencia y sabe igual. Por defecto no suele estar muy dulce pues debes regular tú la cantidad de azúcar que te sale. Misteriosamente, le eches la cantidad que le eches siempre parece tener el mismo gusto. Y si se mira detenidamente, por más que se mueva la cucharilla ( y lo de cucharilla es un favor porque siempre es un palo fino y aplastado con agujeros simulados o reales y de color transparente o blanco) al final, en el último buche tragas el azúcar casi salida de la propia remolacha y sin disolver.
Después llegó la máquina expendedora de los videoclub que cada vez están menos de moda, pero que también ocupa un espacio en el imaginario popular de top de máquinas expendedoras famosas.
Todas estas son las clásicas, pero últimamente empiezan a aflorar visionarios que han visto en esta opción una apuesta firme por expandir su negocio. Hace un tiempo hablamos en el post Tomar leche sin intermediarios: De la vaca a la boca de una empresa cántabra que había puesto en funcionamiento una interesante propuesta de vending con la leche como producto estrella. Su oferta: leche del día fresca, pasteurizada, del día y 24 horas. Su negocio se inauguró con una máquina expendedora en el pueblo cantábrico de Solares y desde allí se han ido expandiendo por toda la comunidad, con las miras puestas a Galicia y Asturias.
Y no es el único caso de expansión de negocios. Hace muy poco saltó a los medios la propuesta de una pescadera vizcaína que había colocado una máquina expendedora en su pescadería de Mungia. En las baldas de la peculiar expendedora se puede elegir entre sardinas, anchoas, filetes de merluza, salmón y otros productos del mar, ya limpios y envasados en bandejas individuales, al mismo precio que los que tienen en el interior del establecimiento. La dueña de la pescadería asegura que sólo tiene constancia de una oferta como la suya en Japón.
La última de este modelo de expansión la encontramos en el mundo de las panadería: El VendingPan. En su página web ofrece a cualquier comercio la posibilidad de comprar su máquina y llegar a vender 24 horas barras de pan siguiendo dos sencillos pasos: instalar la máquina y llenarla de barras de pan. Este invento, vigente en España desde 2007 (con la puesta en funcionamiento de la primera de las expendedoras en Valencia), ya se comercializa por casi todas las comunidades de España.
Tras este repaso podríamos empezar a pensar en un panorama de las calles en el que se pueda hacer la compra sobre la marcha con sólo pulsar un botón y por supuesto echándole la moneda. Igual, con este nuevo panorama nos encontremos viejas situaciones de las viejas e inamovibles máquinas expendedoras clásicas. La picaresca probablemente vuelva a estar de moda; las colas por el 2X1 inesperado y accidental podrían estar a la orden del día, y podríamos ver con más facilidad los prototipos de personas que comentábamos líneas arriba, cuando no aflorarán nuevos tipos.