Todas las grandes ciudades se merecen una torre Pelli y un Torres y García. Los motivos por los que foodilove pre-ama el nuevo rascacielos de nuestra ciudad, aún pendiente de estreno, son material para otro libro y, por ahora, más teóricos que prácticos porque no hemos visto la torre por dentro. A lo que sí hemos venido es a contaros con pelos y señales por qué Torres y García nos ha gustado tanto como para recomendároslo.

Hay una estupenda foto que me ha hecho Marcelo entrando al restaurante con cara de feliz y pueril estupefacción, no solo por haber conseguido reservar una mesa sino porque me estaba haciendo la idea de que estaba en uno de mis deseados restaurantes londinenses favoritos de Covent Garden. Sin someterme al empaquetamiento de Ryanair. Gastro-teletransporte en nuestra ciudad. Mola.

Al fin: un restaurante amplio con una estética contemporánea cuidada y una carta divertida a precios razonables. La decoración me recuerda a un postre moderno y complejo, a una complicada creación de repostería fina que necesita de muchos ingredientes: todos pesados al gramo, calculados y preparados siguiendo la receta al pie de la letra. En Torres y García los dispares ingredientes son una base de estilo industrial en sus grandes muros de ladrillo visto pero sin mortero y con llagas de aire; la tendencia rústica que le dan los capachos de mi infancia de almazara cordobesa colgados del techo o la abundante madera sin tratar; una fantabulosa colección de lámparas sublimes, que incluye dos preciosas piezas de mimbre de las que he quedado enamorada sin solución; una selección de plantas tropicales que junto a las cristaleras, le dan un conseguido toque colonial; varios detalles muy chic que suavizan y rosean el conjunto, tales como unas bellas molduras de madera blanca o el diseño de su carta; un confiado gastro-look francés en su cocina de bellos azulejos blancos resplandecientes e impecable aspecto; guiños pop en sus cuadros; y un maravilloso y espectacular mural de un pez que yo podría admirar toda la noche, vino en mano y desatendiendo la conversación de los demás comensales. Me chifla que el ambiente del restaurante sea tan ecléctico como su estilo, con gente de todo tipo sentada en mesas de todos los tamaños, incluyendo varias mesas redondas (mi debilidad) para seis personas o una majestuosa imperial donde creo que caben veinte bien avenidas. La música va subiendo de volumen conforme avanza la noche, acompaña.

Los recuerdos de la infancia nos hicieron pedir la Sopa de tomate gaditana, hierbabuena y tostá de olivas negras, un plato tradicional andaluz que tiene variaciones y nombres distintos en cada provincia y que aquí está tan conseguido que al probarlo se puso en marcha la máquina del tiempo y me llevó a los tomates guisaos de mi abuelo José María. Cambiamos de tercio y volvemos a nuestro universo fusionado con los Nems vietnamitas de salmonete de roca, lechuga fresca y sweet chili de frutos rojos que además ese día llevaban un toque de fruta de temporada: granadas que trajeron los bereberes a Europa. Las mismas. La Focaccia potente con colchón de pepperonata y queso chicloso está tan esponjosa, reconfortante y re-buena como su propio nombre indica. Una indulgencia calórica que merece la pena. El Solomillo de buey con patatas fritas y morrones asados a la leña está exquisito, terrenal, en su punto. Una vez más nos dejamos el postre para volver pronto.

Los baños son elegantes, impone bastante la penumbra y su estética entrevista-con-el-vampiro. Nos hace felices que se hagan para uso indistinto de los dos géneros, creo que ya va siendo hora de que aprendamos a compartir. El camarero nos atendió con humor, profesionalidad… y mano dura porque nos confiscó los móviles (así de mal nos estaríamos portando). La vajilla esmaltada de porcelana es de Ibili, un gustazo. Las bolsas de papel lavable que funcionan como panera, salero y escondite donde nos secuestraron los teléfonos son de Uashmama, preciosas.

Torre a torre se construyen las ciudades que amamos. Un poco de glamour nos va bien de vez en cuando.
Esta entrada es original del blog “Foodilove” de Concha Ortiz.