La Dieta Mediterránea es una filosofía de vida basada en una forma de alimentarnos, de cocinar los alimentos, de compartirlos, de disfrutar de nuestro entorno y de nuestro paisaje, de vivir y relacionarnos con el medio, de generar arte y cultura, historia y tradiciones vinculados a nuestros alimentos emblemáticos y a su origen.
Se trata de un legado cultural extraordinario que  incluye a todos los pueblos de la cuenca mediterránea y cuya variedad y autenticidad han dado lugar a una combinación equilibrada y completa de los alimentos, basada en productos locales, frescos y de temporada.Como modelo de alimentación, la Dieta Mediterránea está basada en un patrón real que existió en regiones del área mediterránea donde los alimentos y su cocina han configurado a lo largo de los siglos el concepto de dieta junto con otros factores geográficos, climáticos, culturales e incluso religiosos.

El origen
La dieta mediterránea nace de la confluencia geográfica, histórica, antropológica y cultural de tres continentes: África, Asia y Europa. Se trata de un patrimonio cultural inmenso, acumulado durante milenios y transmitido ininterrumpidamente de generación en generación. Es el fruto de las relaciones interculturales  que nuestras comunidades han conformado a lo largo de la historia. Es el elemento común y parte esencial de nuestro patrimonio cultural inmaterial.

Los pueblos mediterráneos han sedimentado hábitos propios y reconocibles, que trasladan a la mesa culturas y paisajes diferenciados y singulares. Una serie de dinámicas milenarias que han dejado huellas evidentes. Probablemente, esta dieta constituya una de las más presentes, sólidas y permanentes. Ha sido, y continúa siendo, un patrimonio cultural evolutivo, dinámico y vital.

Como señas de identidad cuenta con unos productos, un paisaje, unos intercambios, una forma de alimentarnos impregnada de diversidad y equilibrio que tantos beneficios nos reporta. En cuanto a sus características, hay que hablar de la abundancia de alimentos de origen vegetal, verduras, hortalizas, legumbres, frutas y frutos secos. También cereales, pan, pasta y arroz. El empleo del aceite de oliva como principal fuente de grasa, sin duda, es el eje, la columna vertebral de la alimentación mediterránea.

Un consumo moderado de pescado, marisco, aves de corral, productos lácteos (yogur, quesos) y huevos y la ingesta de pequeñas cantidades de carnes rojas y un consumo moderado de vino, generalmente durante las comidas.

Beneficios para la salud
Aunque la dieta mediterránea se viene practicando desde siempre, los beneficios que de ella se derivan se conocen desde hace relativamente pocos años. Ha sido reconocida científicamente como una de las más saludables de todas las existentes a nivel mundial, aspecto importante hoy en día, ya que la preocupación por seguir hábitos de alimentación y estilos de vida saludables está muy  generalizada entre los consumidores. Contribuye al bienestar físico y emocional de las personas. Además, basa su carácter excepcional en la sencillez, en el ingenio, en la imaginación y en la sociabilidad.
La práctica de ejercicio físico unido a una alimentación sana y equilibrada forman la combinación perfecta para reducir enfermedades derivadas de malos hábitos de alimentación y de vida.

Prevenir enfermedades
Incidiendo en su lado curativo, tanto la comunidad médica, como la que trabaja específicamente en temas de nutrición, han llegado a un consenso sobre la bondad de la dieta mediterránea tradicional: contribuye a disminuir el riesgo de padecer patologías crónicas que afectan a grandes capas de población en las sociedades desarrolladas.  Hay que insistir en que el consumo abundante de cereales y sus derivados, legumbres, frutas y frutos secos, verduras y hortalizas, con menores cantidades de pescado, aves, huevos y derivados lácteos y aún más reducidas proporciones de carne y productos cárnicos, es calidad de vida.

En peligro de extinción
A pesar de todas sus cualidades  existe una amenaza en el horizonte: la dieta mediterránea se está abandonando y corre el riesgo de que se pierda si no se toman medidas para protegerla. La influencia de la globalización y los cambios socioculturales han traído consigo nuevas costumbres y hábitos alimentarios menos saludables, ajenos a nuestra cultura. El progresivo abandono de esta dieta está teniendo ya consecuencias en nuestra salud y su desaparición conlleva un menor consumo de los productos mediterráneos, lo que puede originar una disminución de la producción, abandono de territorios rurales y degradación del paisaje.
Debemos protegerla porque es parte de la herencia cultural recibida de nuestros antepasados que tenemos en común con los demás pueblos mediterráneos, una forma de vivir y relacionarnos, de cocinar y comer compartiendo, unos cultivos sostenibles y respetuosos con el medioambiente.

Por este motivo, son necesarias todas las acciones que promuevan la sensibilización y conocimiento hacia este patrimonio cultural inmaterial y el mayor reconocimiento del mismo, con el objetivo de salvaguardar el acervo milenario que representa la dieta.